sábado, 5 de diciembre de 2009

Real Madrid 4 - Almería 2


El Madrid convirtió en thriller un partido que debió ser de carril y acabó convertido un relato de sucesos, casi todos relacionados con Cristiano Ronaldo. El portugués resultó providencial en la remontada blanca, pero acabó perdiendo la cabeza y ganándose una expulsión que le deja fuera del partido de Valencia. En ese alboroto final tuvo que ver la propensión del Madrid a jugar con fuego, aunque ayer prolongara sus buenos momentos más de lo habitual.

El Madrid tuvo el despegue vertical que lleva tres meses esperando el Bernabéu y alargó los muletazos más de lo habitual. Pellegrini entiende que el banquillo lo cura todo: un desplante de Granero, el carácter de Guti, la sequía de Raúl y la depresión de Benzema. Y hay que aplicarlo en varias dosis. Por eso repitió en el banquillo el francés y entró Van der Vaart, que pasó desenchufado su primera temporada en el club y ahora, cuando sólo dispone de ratitos, intenta levantar su carrera.

La cosa funcionó al principio porque el traje le cae como un guante al holandés, que es exactamente lo que se vio ayer: la punta de un rombo por detrás de dos delanteros. Ahí asoman sus dos mejores virtudes: el disparo desde la frontal y el último pase. Porque le falta velocidad para deslizarse a la banda y sentido táctico para jugar como segundo pivote, pero de enganche ofrece imaginación y sorpresa. Y así, con el holandés marcando el paso, Cristiano e Higuaín en punta y Granero y Marcelo haciendo grande el campo, el Madrid gobernó al Almería sin más oposición que la de fantástico Diego Alves, que pesa lo que Messi y Cristiano en el cuadro andaluz.

Pellegrini ha abdicado parcialmente de su renuncia a las bandas. Y perdiendo los principios también se puede ganar mucho. El Madrid buscó a izquierda y derecha y golpeó al marco almeriense con frecuencia. Alves sacó tres disparos en un minuto, Higuaín cruzó demasiado otro tiro franco y Granero remató al muñeco un servicio espectacular entre tres zagueros de Van der Vaart.

Aquello ocurrió antes de que Cristiano matara un cambio de juego de Albiol en la derecha y lo pusiera al borde del área pequeña donde Sergio Ramos, suspendido como un helicóptero medio metro por encima de su marcador, lo mandó a la red. El tanto aparentó importancia porque llegó en esos momentos que tan bien conoce el Bernabéu en los que el equipo se enfría, decae y peligra. Y también porque premió a Sergio Ramos, un futbolista que ha pasado demasiado tiempo lejos de su verdadero valor.

No hubo respuesta del Almería más allá de su portero, santificado de nuevo antes del descanso en dos balazos a quemarropa de Van der Vaart e Higuaín. Nadie había echado de menos a Kaká o Benzema, lo que habla bien de sus recambios y mal de su rendimiento.

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